sábado, 29 de julio de 2006
miércoles, 26 de julio de 2006
Después de la Lluvia

Caigo en la espiral de mis pensamientos y encuentro un nuevo sentido al frío.
Jironcitos de papel de colores.
Mojados, pisoteados, opacos.
Dónde estoy…
El abrazo deforme que no nos juntó la dejó a mis espaldas.
El sol imbécil, pleno, muerto de risa bailaba entre las lágrimas que me regaló junto a la puerta, mientras el corso desfilaba delante de mí, o detrás.
Yo era el arlequín de cabecera, el payaso de la lengua larga, el de las clavas torpes que volaban y caían, giraban y volvían. Golpeando. Gimiendo. Una tras otra como cuchillos sobre la avenida del desfile, burlándose de mis inútiles manos, tan pequeñas como yo, tan inservibles y miserables.
Hilvanar algunos gestos de amor, el único punto que sé tejer entre mis muñones.
Sombras chinas disparadas al aire que nunca encontrarán donde posarse.
Ya nadie se enamora del amor.
No queda aire en mí. Me inyecto recargas económicas que me dan algunas horas de la última en marcharse.
La vida, perra callejera que vuelve siempre que tengamos un platito de carne y leche, para lamerlo hasta el brillo de lo nuevo, hasta el blanco del vacío, y se va una y otra vez asesina, dando el tiro de gracia con un último lengüetazo. Ese que no hacía falta.
La vida es, de hecho, la primera en marcharse.
Los cerrares de ojos, la manteca y el frío de mi cama caliente.
Me duelen los almacenes, los giros a la izquierda, los nombres cortos.
Las manos están perdidas entre los controles y botones de mis aparatos de masturbación, que gritan y emiten luces multicolores, para recordarme lo que ya sé, cicatriz sobre cicatriz.
Sólo pétreas cadencias de comas y renglones en blanco, inmóviles, tensas y tristes.
Donde nadie nunca me ve...