miércoles, 21 de junio de 2006

Tu Piel

Mi mano se estiró para alcanzarte y comprendió que no le sería fácil.

Sus dedos reptaron por la pared hasta la ventana y bajaron los diez pisos, mojándose un poco entre la humedad del césped. Por la hora era obvio que no pasarían ómnibus, y ya no era hora para andar haciendo dedo.

Así que índice/mayor/indice/mayor -y algunas veces con el anular bastoneando- llegó mi mano a aferrarse al semáforo de la esquina, vio que no venía nada y cruzó con la roja.

Empalmó por Tres Cruces algo sudada, creyendo que lo peor ya había pasado. Pero habían sido dos cuadras cuando un mal movimiento de nudillo la enterró junto al brazo y al codo; que la venían siguiendo de cerca.

Se incorporó como rogando y apuró un poco el paso (es sabido que hay muchos perros sueltos cerca del Pereira Rossell). Adentrada ya en la noche de tu barrio, miraba lo alto de los bananos cuando quedó seca como cachetazo contra un poste de teléfono.

Ya azul y temblorosa se metió entre las rejas con un ademán, no sin antes advertirle al brazo -siempre a sus espaldas- que no le sería tan fácil repetir la maniobra.

Ya era un puño cuando hizo sonar tu puerta, pero vos dormías arriba, ignorando el insomnio que a veces sufren las manos que buscan.

Se colgó de la baranda y entró a tu cuarto como tecleando una despedida, con miedo, con pulso. Reptó hasta la distancia del rasguño y quedó trancada un poco por el codo que todavía esperaba sortear la reja de abajo.

Tu mejilla acompañaba el subir y bajar de tu respiración, suave, tibia.

Estabas tan cerca cuando mi mano acusó tres dolores y cayó muerta junto a la almohada.

Un ómnibus me pisaba en la esquina de casa, un perro me mordía frente al Pereira Rossell y el viento -que recién se había levantado- cortó con un golpe de la ventana mi punto de fuga.

Como quisiera tocarte...

Buscando a La Maga

Me sorprende el frío de esta hora inquieta.
De pie frente a mí se presenta y me da a probar el veneno de tu ausencia.
Me entrevero entre la almohada y hago mil ademanes pero no encuentro un sólo gesto que te invoque.

La hora del lobo está por pasar.

El arte se sucede y apenas rasguño un poco de su vientre, así quizás el pellejo y algunas tripas me caigan encima y se me queden pegadas dos o tres estrofas.
Una que te evoque, otra que te quiera, la última sería un beso.

Pero mi piel y mi tinta siguen secos.
El sonido ronco era culpa de un bondi, la piel erizada era culpa del frío.
Comprendo que el arte no sucedió y que debí traer la estufa.

Un café.

Todo fue un sueño y estoy despierto en el infierno.

Mañana voy a verte.
Como siempre estarás mágica; con la piel que alerta, con los ojos que duelen.
Y solo entre tus labios habrá sabor. Mi cara de idiota te será simpática, mi ceguera te hará fabricar bastones.

Volverás a soplar tu viento azul y no habrá otra profundidad de campo. Solo serán tus pezones, la curva de tu cuello y el libar de tu lengua en mi oreja. Habrá paz en tus silencios y habrá carne entre mis dedos.

Yo volveré entonces a dormir fetalmente, tibio y chiquito.
Mientras tanto me golpearé con más lugares comunes, torpes melodías y dilatados suplicios.

Hasta que vengas a rescatarme de la torre, con el conjuro secreto que se esconde en tu saludo.

lunes, 19 de junio de 2006

Montaje

Así como amar es ser feliz, amar es también morir.

O darse cuenta de ello, al menos.

Somos configurados por imágenes que creímos que corresponderían a momentos de nuestras vidas y de otras que no; pero que en definitiva fueron adjuntándose a nuestro bagaje emocional, a nuestra experiencia de vida.

Imágenes bien y mal compuestas.

Poéticas y ridículas. Mágicas y penosas.

Sombras tuyas sobre una cortina de baño, melodías de voces y despertadores que nunca sonaron; una parte del rostro.

Esa que sólo se ve si se está muy de cerca.

Y a veces uno se encuentra con momentos como el de hoy: poderosos, precisos y mojados.

Verte partir y quedarme solo, recostado con la planta de un zapato contra la pared.

Y sentir, que aunque ya voy en busca de mi torre, también me voy contigo, y estoy junto a esa silla. Ahí donde con frío pensás en la ciclotímia de la lluvia, en el miedo que dejan los corazones que se rompen y en el tiempo que debe durar un primer plano.

Amar es directamente proporcional al temor por la pérdida del objeto amado.

Pero como yo no temo, será pues que no te amo.

Camino pensando en eso.

Voy solo, repitiendo una canción o un jingle en la cabeza.

Estoy hablando del clima con el tipo del taxi, la radio se escucha muy mal.

En casa prendo un cigarro, la música ahora suena mejor y me gusta.

Por la ventana entre los pegotines y las gotas que se secaron, no queda demasiado para ver.

Me concentro en la luz de una antena que aparece justo en medio de dos edificios idénticos, mal iluminados entre viviendas bastante más bajas y antiguas.

Silencio. Tengo hambre y me dispongo a cocinar algo rápido, livianito, que no requiera demasiado esfuerzo. Un auto pasa. Me pregunto si pasarán alguna buena película en el cable.

Y entonces comprendo que tengo miedo.

Espero estés bien junto a mí.

Porque estoy en esa silla junto a vos. Pensando en lo ciclotímico del corazón, en el miedo a la lluvia y en ese primer plano demasiado largo.