Me sorprende el frío de esta hora inquieta.
De pie frente a mí se presenta y me da a probar el veneno de tu ausencia.
Me entrevero entre la almohada y hago mil ademanes pero no encuentro un sólo gesto que te invoque.
La hora del lobo está por pasar.
El arte se sucede y apenas rasguño un poco de su vientre, así quizás el pellejo y algunas tripas me caigan encima y se me queden pegadas dos o tres estrofas.
Una que te evoque, otra que te quiera, la última sería un beso.
Pero mi piel y mi tinta siguen secos.
El sonido ronco era culpa de un bondi, la piel erizada era culpa del frío.
Comprendo que el arte no sucedió y que debí traer la estufa.
Un café.
Todo fue un sueño y estoy despierto en el infierno.
Mañana voy a verte.
Como siempre estarás mágica; con la piel que alerta, con los ojos que duelen.
Y solo entre tus labios habrá sabor. Mi cara de idiota te será simpática, mi ceguera te hará fabricar bastones.
Volverás a soplar tu viento azul y no habrá otra profundidad de campo. Solo serán tus pezones, la curva de tu cuello y el libar de tu lengua en mi oreja. Habrá paz en tus silencios y habrá carne entre mis dedos.
Yo volveré entonces a dormir fetalmente, tibio y chiquito.
Mientras tanto me golpearé con más lugares comunes, torpes melodías y dilatados suplicios.
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