sábado, 26 de setiembre de 2009

Pútreo














Volver
Volver a esto
El trámite eterno
La crisis, ese dolor
que aburre

Y es mejor
partir de un clisé
que llegar a él

Buscar un sitio
para pelearme
Tener miedo
de ser cobarde
y serlo
Jurar no mentirme
mintiendo

Sacudir un poco el cuerpo
como un perro que rechaza el agua
sarandeando epilépticamente
esta obstrucción de palabras de moco
esclerosadas, flácidas
amarillentas, putrefactas
restos de demasiados comienzos de frase
desbordes de esperma seco
fugas, derrames, erupciones de lengua
vómitos que dan arcadas,
que dan más vómitos

Puta madre, qué feo
es descubrirse triste!
Ser trunco, inacabar
Ser este cúmulo de adverbios
y no tener dentro
un solo verbo que invocar.

Lloro,
condescendientemente.-

miércoles, 1 de julio de 2009

Carta Uno
















Me siento frente a vos.

Juego a evocarte y no es sencillo contenerte. Acariciarte con algunas sustituciones, adivinando en la memoria las líneas de tu sonrisa, parece un ejercicio que se vuelve cada vez más necesario.

Adoro nuestro tiempo, nuestra marcha.

Me envuelve tu idea, llega la paz y una calma tibia a mezclarse en mis desayunos y en algunos minutos frente al fuego.
Aprendo a quererte sin manuales. La piel controla su alerta perpetua, entendiendo nuestro lenguaje de abrazos y descansa, mientras escucha las historias de mi pulso, canciones de cuna sobre la niña de los ojos interminables, tibias y pausadas, como algunos besos.

Delicada y persistente, vas mostrándome el recorrido que requiere adivinarte. Estás ya enraizada en mí.

Disfruto extrañarte ahora.

Te guardo en silencio, dispersa en los rincones de mi ansiedad, hasta que llegue ese instante de aire…
…ahí cuando el aleteo de tus pestañas, traiga de vuelta el mágico posarse de tus ojos en mi alma.

Hasta ahí te espero.

domingo, 1 de abril de 2007

Cambiando la Prosa











Caminaba.

Perseguía una silueta castaña que se borroneaba más adelante, entre la gente y los árboles que se cruzaban.
Una mujer.

Yo era triste.

Llevaba enroscada la bolsa de nylon entre unos dedos congestionados de sangre.
Mi rostro desencajado hacía que las personas que pasaban a mi lado me observaran con curiosidad por un instante. Pienso que en cualquier momento alguien se detendrá a preguntarme: “estás bien?”. Pero sólo soy un tipo que pasa entre la gente. Un tipo entre otros tipos. Y las miserias son sólo mías.

Volví a encontrarla. A lo lejos, su pelo castaño apenas se hamacaba por debajo de los hombros.

Algunos brillos se colaban entre los plátanos de una calle del Buceo, cuando recordé a una chica que conocía por ahí y busqué mi celular.
La llamé creyendo que una mujer a la que hace más de diez meses que no le hablo, con la que jamás tuve ningún vínculo de importancia y que nunca supo atender ni una sola de mis llamadas; estaría dispuesta a ir a tomar una cerveza conmigo.

“De repente no ahora, yo qué sé, capaz que otro día.”

Obviamente, me equivoqué.
Después del auto-bochorno y vergüenza a la que voluntariamente me sometí, decidí continuar con mi tarea anterior.

Pensé que la había perdido, pero la vi reaparecer saliendo de un kiosco.
Algo más de cerca, sus pasos lucían cortos y algo torpes.

El color del bolso que le cruzaba por la espalda llamaba mi atención cuando me descubrí completamente extraviado.
No podía reconocer los nombres de ninguna de las calles por las que caminaba.
Llegaba a las esquinas esperando girar a mi derecha o izquierda y divisar a lo lejos una avenida.

La orientación fue algo que quizás nunca me sucedió.

Era más tarde cuando en otra esquina, una esquina cualquiera, la rueda trasera de una moto resbalaba en una mancha de aceite sobre el pavimento, arrojando a una pareja joven casi de costado sobre la vereda opuesta.
Corrí hasta ellos a ver si se encontraban bien. “Sí”, me sorprendieron los hermosos ojos de ella. “Sí, sí, gracias”, contestó el conductor con algo menos de brillo. Levantamos la moto entre los tres y les alcancé sus cascos, que por equipaje, habían rodado unos metros más abajo.

Me empeño en negar lo metafórico de ciertas coincidencias.
Una coincidencia no es sino el efecto ignorado de una causa desconocida. Una pareja que resbala y se cae de una moto… justo frente a mí… justo este día… La puta que los parió.

Me dejaron atrás aún con la respiración agitada y llegué casi sin querer a una placita sobre L. A. de Herrera, a pocas cuadras de Ramón Anador.
Me acordé de mi amiga Eugenia, con quien íbamos a esa placita a escuchar los tambores.

De allí hasta la rambla vivió mi sonrisa.

Caminé sin dejar de ocupar mis ojos ni un segundo.
Fumé un rato. Pensaba en lo curioso de la gente que habita la rambla.
Qué hay allí? El mar, básicamente el mar. El cielo ya estaba bastante naranja y llegué hasta la rambla apurando el paso.

Caminaba ahora más tranquilo y noté que la mayoría de las personas se sentaban a conversar o a observar en silencio lo que sucedía en la vereda, pero de espaldas al atardecer.

Entonces, cierta urgencia comenzó a apoderarse de mi marcha.
No podía permitir que todos se olvidaran que en apenas unos minutos el sol se ocultaría.
Me propuse encontrar a una chica, una mujer cualquiera para compartir esta información, como quien le regala una flor a un completo desconocido.
El tiempo pasaba y el extraño apuro de las personas cohibía mi noble cometido. Miraba a todos como para decirles algo pero no me salían las palabras.

Cuando sólo quedaban algunos segundos para el ocaso, llegué hasta un banco de madera y cemento donde un tipo guardaba silencio.
Era algo gordo. Un semblante noble pero triste le dominaba y el mentón se apoyaba algo escondido entre sus robustas manos. Junto a él, en una Fiorino roja con la puerta del acompañante desplegada sobre la vereda, sonaba una canción bastante simple.

A la pasada le avisé:

- Ché!!

Cuando volvió su cabeza lo apuré señalando el horizonte:

- No te lo pierdas…!!!

Siguió mis instrucciones de inmediato, aunque algo confundido. Cuando lo había sobrepasado por apenas dos o tres metros lo ví de reojo, absorto en el horizonte.
Entonces mi andar se volvió lento. Contemplaba el ocaso y se me ocurrió pensar en cuánta gente lo estaría compartiendo conmigo, como aquel tipo gordo. O como la mujer de castaño, que había desaparecido hacía tiempo.

Y cuando el sol hizo mutis por el foro, me supe esperando algo.

Sonreía pensando en lo fabuloso de mi regalo. Pero algo me faltaba, algo que me merecía y necesitaba para sentir completa mi obra.
De repente, creí escuchar a lo lejos:

- Gracias!!!

Pero nunca sucedió…

Me costó no perder la sonrisa.
Luego de cierta lucha de cables y algunos instantes de sentido, logré resolverme.


Debemos dejar de esperar.


Debo dejar de llorar.

martes, 27 de marzo de 2007

Requena

Celebrando el cumpleaños de mi muerte, hoy la atravesé.
Debía de llevarme a casa…


Requena

Rodares tibios
sobre la piel de alarma
Mentones rotos
entre arrugas de adoquín.

Veredas creyendo
en capítulos de flechas
que daban el éxodo
en una esquina cualquiera.

Alardeo de almacenes
y casas con sus pianos;
escasez de funerarias
y escalón para caer.

Ángeles que ocurren
habitando simetrías,
entre risas salpicadas

y fantasmas sin espejos.

Hurgadores de basura
desvanecen origamis
estudiándose los pliegues
de palomas marchitas.

Ocaso de purpurina
a treinta segundos
evita cualquier roce
con la calle de las flores.

Murciélagos de colores
bajo grutas inundadas
de aspirinas que no pueden,
de esquinas que no suceden,
de olor por aroma
y de dolor por dolor.

Y bajo sus pasacalles
de lenguas que desarman,
hay amores de ruleta
salivando Carmenere.

Acabose

viernes, 2 de marzo de 2007

Décima Para Callar


Al silencio que asoma
monto en pelo
crin de voces


van subiendo esos otros que era

a callar tu ausencia de tiento.

Y en diez minutos cualesquiera
te escupíamos una décima.

A ver si entonces, en una de esas,

despegaban panaderos de este cemento:



Moviste

Ocupando las elípsis
llegan turbas de tus clones.
Llueven verdes los sillones,
con mi peso borroneado.
Sigue estando en todos lados
el color de tu arenero.
Me prohibo con un pero
regalarte ni una vez
el misterio en mi ceguez,
ni la magia de mis dados.




sábado, 24 de febrero de 2007

Mudanza













Pienso en el destino
lo que hice o lo que haré
a ver qué hay para comer

En las bolsas ropa
libro con los libros
remedios vencidos

Y miraba la calle imán
con mis ojos de metal
yo no quiero hablar más
soy mi casa y digo adiós

Todo el tiempo, todo el viento
nunca en el mismo lugar
tantas voces, tantos días, tantas flores
hay palabras que no me quiero llevar

Y cambié vecinos
barrio, techo y cielo
y a dormir vestido
ya sé que así el ruido se va.
Así no tengo que decir.
Así no tengo que pensar.

Sigo andando y te veo a vos
con tus ojos de viajar
no te rías si estoy mirándote.
Los mapas son excusas si tus manos son mías.

Irse cerca, irse lejos
mudarse al mismo lugar
mudo ropa, mudo piel, palabra muda
no me muevo si no tengo a quién volver

No te vayas si estoy durmiéndome,
que quiero despertarme y ver tus ojos prendidos

Por Pessoa (P.O.R.)

Arena voladora

Arena que pierde el tiempo
Sobre una rodaja de sueño
que aun no despierta
y me acompaña al kiosco
y fuma conmigo.

Camino sin saber de mí
entre derrumbes de fotos
y suicidios de flores
hasta el contenedor de basura.

Y me acuesto dentro, abrigado de palabras

Labios de cicuta reptan
entre horas con sabor a rincón.
Los relámpagos filosos
de palmas de acero inoxidable
insinúan con sus flashes,
la forma de estas oscuridades

Luciérnagas sobre la cama
ardieron como una hoguera
de leños verdes, mohosos
entre bocanadas de rulos.

Confundíendo mi basurero
Bajaron los arpegios de miel
por mi garganta de letras.

Y la luz lo invadió todo
resquebrajando el esternón
y espesando la corriente insípida.

La bóveda abierta espiaba en el cielo
sonrisas que titilaron retornos.

Justo antes de que el ángel llegara
a tirar la última bolsa de basura
sobre mis besos inanes.

Y el esternón se cerrara vacío y metálico.


Órbita

Con el brillo en los hombros
persigo mi sombra hasta que
el mediodía me encuentra
con un derrame negro bajo los pies.

Y alrededor ya no hay nada.
No estoy.
No estás.

Ahora ya detrás de mí
voy prendido de los talones,
raspando los ojos contra las baldozas,
liberando piel atrapada entre mis manos.

Con el sol lejos, de frente.
Vomitándote

lunes, 11 de setiembre de 2006

El suspiro invisible


Andamos.
Mis pies besan brevemente el rojo páramo que nos rodea.
El camino es amplio y recto a lo lejos. A veces, las amables sombras previenen mis sudores, manteniendo la aridez del suelo.

Me detengo un instante, siento que alguien nos está siguiendo.

Bajan algunas musas a presentar espectáculos: consecuencias desconocidas de actos ignorados. El transitar es ligero, los cuerpos entusiasmados acompañan a melodías conocidas. La lluvia bordeaux que nos humedece ahora acusa la mirada de algunas lunas con persianas. Respiro hondo.

El silencio se produce y alcanzo a identificarlo detrás de mí. Giro y le doy a conocer mi rostro… pero no está. Nunca estuvo.

Trato de regular mi consumo de cigarros. Cuando tiemblan mucho, las escondo en los bolsillos. Decido esquivar algunas ideas.
Las nuevas curvas arrastran ciertos brillos sobre la lente y algunos derrames que suceden juntan pupilas, sonidos de gorriones y tomas tensas. El buzo de lana va sobrando de a poco y dejo de mirar hacia atrás.

Últimamente nos ha vuelto a seguir… cuando volteo ya es arena, la fuga de un pájaro que no pertenece a esa geografía o un viento que resopla por algunos segundos hasta desaparecer misteriosamente.

Alguien atrapó todos los tornados y les tiene capturados en palabras viejas. El perfume fue destilado pero sus vapores aún me indican el camino de vuelta. Mis dosis son balanceadas y racionales.

No recuerdo el último amanecer. Él tampoco lo recuerda. Ahora camina junto a mí pero no me permite acercarme. Cuando miré sus pies la soledad se hizo inmediata. Creo que todo fue un sueño…

Los verdes y los azules siguen perdidos. Solo el rojo tiñe las líneas del paisaje frente a mí, retorciéndose entre las mesetas de papel de otros. Imagino el sonar de esas palabras, liberadas con un desplazo breve hacia el costado. Encuentro la magia que duerme en la cajita de marfil negro, pero no conjuro un mantra que me entregue su vigilia.

Estás ahí, lo sé. Está bien, puedes salir ahora. Envuélveme en tu faja mortuoria y lánzame vivo al mar de los venenos. Por favor, muestra tu aliento. Mi aire no te da el impulso que necesitas y lo que era frente se hizo lateral. Muero hoy… muero ahora… ahí estás…

No se inspira el suspiro.-

martes, 1 de agosto de 2006

Vos













Colocado.
Es tarde.

A punto de acostarme y con un poco de intranquilidad en los dedos.

Pienso en razones para quererte:


-Miles -me digo.


Me voy a dormir.
Mañana, al despertar, te elegiré una vez más.

Mil veces más.-

sábado, 29 de julio de 2006

miércoles, 26 de julio de 2006

Después de la Lluvia















Caigo en la espiral de mis pensamientos y encuentro un nuevo sentido al frío.


Un helar profundo y azul que rechina en mi pecho, que lo abre y despedaza.

Jironcitos de papel de colores.
Mojados, pisoteados, opacos.

Dónde estoy…

La víspera de mi muerte trascurrió en relativa calma y mis ojos se cerraban sin advertir que la mañana traería consigo el verdugo pensamiento.

El abrazo deforme que no nos juntó la dejó a mis espaldas.
El sol imbécil, pleno, muerto de risa bailaba entre las lágrimas que me regaló junto a la puerta, mientras el corso desfilaba delante de mí, o detrás.
Yo era el arlequín de cabecera, el payaso de la lengua larga, el de las clavas torpes que volaban y caían, giraban y volvían. Golpeando. Gimiendo. Una tras otra como cuchillos sobre la avenida del desfile, burlándose de mis inútiles manos, tan pequeñas como yo, tan inservibles y miserables.

Ardor…

Hilvanar algunos gestos de amor, el único punto que sé tejer entre mis muñones.
Sombras chinas disparadas al aire que nunca encontrarán donde posarse.
Ya nadie se enamora del amor.

No queda aire en mí. Me inyecto recargas económicas que me dan algunas horas de la última en marcharse.

La vida, perra callejera que vuelve siempre que tengamos un platito de carne y leche, para lamerlo hasta el brillo de lo nuevo, hasta el blanco del vacío, y se va una y otra vez asesina, dando el tiro de gracia con un último lengüetazo. Ese que no hacía falta.
La vida es, de hecho, la primera en marcharse.

Ahora me lastiman los pianos, aunque sigo escuchando a Satie.
Los cerrares de ojos, la manteca y el frío de mi cama caliente.
Me duelen los almacenes, los giros a la izquierda, los nombres cortos.

Ya no fumo antes de dormir, ahora fumo justo antes de despertar.

Las manos están perdidas entre los controles y botones de mis aparatos de masturbación, que gritan y emiten luces multicolores, para recordarme lo que ya sé, cicatriz sobre cicatriz.

Sólo pétreas cadencias de comas y renglones en blanco, inmóviles, tensas y tristes.

Como siempre sucede, el temor acabó por hacer realidad lo temido. Estúpido consuelo de mi ansiedad adolescente

Silbo bajito por acá, entonces. Ahora valiente y miserable.
Donde nadie nunca me ve...

miércoles, 21 de junio de 2006

Tu Piel

Mi mano se estiró para alcanzarte y comprendió que no le sería fácil.

Sus dedos reptaron por la pared hasta la ventana y bajaron los diez pisos, mojándose un poco entre la humedad del césped. Por la hora era obvio que no pasarían ómnibus, y ya no era hora para andar haciendo dedo.

Así que índice/mayor/indice/mayor -y algunas veces con el anular bastoneando- llegó mi mano a aferrarse al semáforo de la esquina, vio que no venía nada y cruzó con la roja.

Empalmó por Tres Cruces algo sudada, creyendo que lo peor ya había pasado. Pero habían sido dos cuadras cuando un mal movimiento de nudillo la enterró junto al brazo y al codo; que la venían siguiendo de cerca.

Se incorporó como rogando y apuró un poco el paso (es sabido que hay muchos perros sueltos cerca del Pereira Rossell). Adentrada ya en la noche de tu barrio, miraba lo alto de los bananos cuando quedó seca como cachetazo contra un poste de teléfono.

Ya azul y temblorosa se metió entre las rejas con un ademán, no sin antes advertirle al brazo -siempre a sus espaldas- que no le sería tan fácil repetir la maniobra.

Ya era un puño cuando hizo sonar tu puerta, pero vos dormías arriba, ignorando el insomnio que a veces sufren las manos que buscan.

Se colgó de la baranda y entró a tu cuarto como tecleando una despedida, con miedo, con pulso. Reptó hasta la distancia del rasguño y quedó trancada un poco por el codo que todavía esperaba sortear la reja de abajo.

Tu mejilla acompañaba el subir y bajar de tu respiración, suave, tibia.

Estabas tan cerca cuando mi mano acusó tres dolores y cayó muerta junto a la almohada.

Un ómnibus me pisaba en la esquina de casa, un perro me mordía frente al Pereira Rossell y el viento -que recién se había levantado- cortó con un golpe de la ventana mi punto de fuga.

Como quisiera tocarte...

Buscando a La Maga

Me sorprende el frío de esta hora inquieta.
De pie frente a mí se presenta y me da a probar el veneno de tu ausencia.
Me entrevero entre la almohada y hago mil ademanes pero no encuentro un sólo gesto que te invoque.

La hora del lobo está por pasar.

El arte se sucede y apenas rasguño un poco de su vientre, así quizás el pellejo y algunas tripas me caigan encima y se me queden pegadas dos o tres estrofas.
Una que te evoque, otra que te quiera, la última sería un beso.

Pero mi piel y mi tinta siguen secos.
El sonido ronco era culpa de un bondi, la piel erizada era culpa del frío.
Comprendo que el arte no sucedió y que debí traer la estufa.

Un café.

Todo fue un sueño y estoy despierto en el infierno.

Mañana voy a verte.
Como siempre estarás mágica; con la piel que alerta, con los ojos que duelen.
Y solo entre tus labios habrá sabor. Mi cara de idiota te será simpática, mi ceguera te hará fabricar bastones.

Volverás a soplar tu viento azul y no habrá otra profundidad de campo. Solo serán tus pezones, la curva de tu cuello y el libar de tu lengua en mi oreja. Habrá paz en tus silencios y habrá carne entre mis dedos.

Yo volveré entonces a dormir fetalmente, tibio y chiquito.
Mientras tanto me golpearé con más lugares comunes, torpes melodías y dilatados suplicios.

Hasta que vengas a rescatarme de la torre, con el conjuro secreto que se esconde en tu saludo.

lunes, 19 de junio de 2006

Montaje

Así como amar es ser feliz, amar es también morir.

O darse cuenta de ello, al menos.

Somos configurados por imágenes que creímos que corresponderían a momentos de nuestras vidas y de otras que no; pero que en definitiva fueron adjuntándose a nuestro bagaje emocional, a nuestra experiencia de vida.

Imágenes bien y mal compuestas.

Poéticas y ridículas. Mágicas y penosas.

Sombras tuyas sobre una cortina de baño, melodías de voces y despertadores que nunca sonaron; una parte del rostro.

Esa que sólo se ve si se está muy de cerca.

Y a veces uno se encuentra con momentos como el de hoy: poderosos, precisos y mojados.

Verte partir y quedarme solo, recostado con la planta de un zapato contra la pared.

Y sentir, que aunque ya voy en busca de mi torre, también me voy contigo, y estoy junto a esa silla. Ahí donde con frío pensás en la ciclotímia de la lluvia, en el miedo que dejan los corazones que se rompen y en el tiempo que debe durar un primer plano.

Amar es directamente proporcional al temor por la pérdida del objeto amado.

Pero como yo no temo, será pues que no te amo.

Camino pensando en eso.

Voy solo, repitiendo una canción o un jingle en la cabeza.

Estoy hablando del clima con el tipo del taxi, la radio se escucha muy mal.

En casa prendo un cigarro, la música ahora suena mejor y me gusta.

Por la ventana entre los pegotines y las gotas que se secaron, no queda demasiado para ver.

Me concentro en la luz de una antena que aparece justo en medio de dos edificios idénticos, mal iluminados entre viviendas bastante más bajas y antiguas.

Silencio. Tengo hambre y me dispongo a cocinar algo rápido, livianito, que no requiera demasiado esfuerzo. Un auto pasa. Me pregunto si pasarán alguna buena película en el cable.

Y entonces comprendo que tengo miedo.

Espero estés bien junto a mí.

Porque estoy en esa silla junto a vos. Pensando en lo ciclotímico del corazón, en el miedo a la lluvia y en ese primer plano demasiado largo.